La modernidad maldita de Nicolás Palacios. Apuntes sobre «Raza Chilena»
Resumen
Cuando el poeta Octavio Paz intentó explicar la matanza de la Plaza de las Tres Culturas, en la Ciudad de Méjico, no pudo afirmar más que "el reino del progreso no es un reino de este mundo" (Paz 2001). Su crítica del racional iluminismo respondía a la continuidad del escándalo frente a la barbarie que iniciara Domingo Faustino Sarmiento en la lógica de un racismo modernizante, en el contexto del paradigma de la razón ilustrada surgido en el siglo XVIII, el cual se quiebra frente a la violencia de la segunda mitad del siglo XIX, organizada por los estados que se sienten depositarios de la razón universal en la organización del mestizaje. Se trata del mito del Estado como entronización de la razón que Hegel aseguró.
Cuando hoy muchos releen a Palacios (1854-1911), no lo piensan desde la periferia porque no se acepta la condición de periferia, sino que se enarbola la condición de fragmento perdido del centro. Nuestro pensamiento se va edificando en diálogo con la razón, diálogo que reviste por momentos características de idolatría, en el sueño de creerse un criollo ilustrado exiliado permanente de alguna metrópoli (1).
El fin del ensayismo latinoamericano, sustituido por el paper o el informe científico significa una violenta ruptura con formas de diálogo con la razón que, no obstante su racionalismo implícito, nunca dejó de contener intertextualmente un tipo de analogía estética, que en contradicción algunas veces con su idolatría a la razón, le daban su fuerza expresiva. En este tipo de textos, la metáfora vibrante permitía que se pasara del pensamiento a la agitación y luego a la acción. Dentro de este tipo, Nicolás Palacios es un exponente maldito y enardecido, pero que por el mismo hecho de su invisivilización resulta en un momento invisible para la crítica infundada y un tótem para las formas más irreflexivas de adhesión a sus postulados.
Nicolás Palacios es un médico chileno que en la última década del siglo XIX publica un opulento libro titulado Raza chilena. Palacios escribe desde ciertas condiciones y supuestos, que hoy son inconcebibles. Este autor personifica para nosotros en primer lugar la ambición de pensar la totalidad. Una hipótesis sin recovecos ni vacíos; una hipótesis totalizadora, poética y retóricamente indesmentible, prendida por ello de todas las formas de ciencia, historia, biología, sociología, antropología y lingüística de las que se dispone en el Chile de finales del siglo XIX.
En la lógica de interpretación del texto que intentamos, sustraída mayormente de la contextualización biográfica, el libro de Palacios representa una propuesta política ya que posee "voluntad de poder ideológica", en tanto está revestida de "voluntad de verdad" (Foucault 2000).
El hilo conductor originado por Nicolás Palacios y que continúa en Francisco Antonio Encina, Jaime Eyzaguirre y Jaime Guzmán, resulta un delgado hilo que puede ser enrollado y desenrollado en el texto mismo; nada impide a nuestra propia voluntad de verdad identificar en este libro de Palacios los trazos perdidos que, de alguna forma, vuelven a juntarse en el proyecto refundacional de la dictadura militar de Pinochet, que como proyecto cultural posee una historicidad no reconocida.
En ese sentido, la importancia de Palacios es la de escoger elementos de la historia misma para levantar categorías conceptuales de interpretación de la realidad sociocultural chilena, que se vuelven al mismo tiempo el sedimento base, y por tanto "objetivo" en el cual fundamentar un proyecto político que garantice un auténtico desarrollo de la chilenidad.
El alma de Palacios y el alma del autor textual se ven en su reinterpretación contemporánea inmersa en un proyecto neoliberal en el plano económico, genocida en el plano sociológico, pero que requiere de un concepto abstracto de unidad nacional, en el que reverbera un concepto de unidad racial como una imagen que oscurece el cristal y permite el reflejo.
Hacer antropología desde el racismo
Raza chilena puede ser leída como el primer texto de antropología sistemático escrito en Chile. También en el plano de los géneros podría dársele, en el afán de clasificar los géneros discursivos con los que se corresponde, el carácter de una inmensa novela. No obstante, la reubicación tipológica nada resuelve respecto de su voluntad de verdad y de dominio, lo realmente fundamental es otra cosa, algo distinto, aquello que la teoría crítica, especialmente Walter Benjamin (Benjamin 1982) esbozó en toda su radicalidad: Nicolás Palacios no es un cronista de su tiempo, es más bien un profeta, un revelador que se mueve entre la ideología (2), con el mito como fundamento de toda ritualidad y la utopía como energía de base de un proyecto histórico. El sustrato de Palacios es evidente, tiene toda la claridad de un cristal en el plano de su concepción mitológica. Palacios intenta constituir un mito de origen referido a un pasado arquetípico y a un futuro idílico:
"El descubridor y conquistador del nuevo mundo vino de España, pero su patria de origen era la costa del mar Báltico, especialmente el sur de Suecia, la Gotia actual. Eran los descendientes directos de aquellos bárbaros rubios guerreros y conquistadores, que en su éxodo al sur del continente europeo destruyeron el imperio romano de occidente. Eran esos los godos prototipo de la raza teutónica, germana o nórdica, que conservan casi toda pura su casta..." (Palacios 1918: 4).
"La madre de la raza es la araucana, hija de la tierra como la flor del copihue y botín preciado del conquistador (que no trajo mujeres) en aquella lucha secular y homérica en la cual el araucano defendió sus lares y sus tierras hasta morir en la contienda (...) El mestizo es hijo de español de origen godo y de madre araucana: Cuatro condiciones son las que han hecho el caso feliz para nuestra patria i tan raro en la historia de las razas humanas de la formación de una raza mestiza permanente (...) el número de elementos componentes está reducido sólo a dos (...); dichos elementos poseían psicologías semejantes (...); uniformidad en la aportación de elementos sexuales (...); ambas razas son las llamadas razas puras, esto es, que poseyeran cualidades estables y fijas desde gran número de generaciones anteriores" (Palacios 1918: 26 y 27).
Las formas discursivas de Palacios son metáforas cargadas de coherencia; es un discurso que piensa la totalidad y, para ello, el uso del tiempo como estrategia narrativa es absolutamente sacra; el pasado se embellece y el futuro, utópicamante, se sueña. Insistimos en que el mestizaje indígena europeo no es en la textualidad de Palacios ni un hecho biológico ni un hecho sociocultural. En nuestra perspectiva se trata de una forma de Zaratustra que constituye su discurso en un mito que tiene su alfa y su omega; se inicia, en su pensar, en el perfecto y equilibrado proceso de mestizaje arauco-germánico y termina en una reafirmación obsesiva de lo que él quiere entender por chilenidad.
El uso de la temporalidad en Palacios se elabora desde una cronología aparentemente progresiva, pero ello resulta en la exterioridad de un tiempo distinto, donde el origen está depositado en un pasado arquetípico. Se trata de una saga más que de una prehistoria. Por otra parte, el futuro afincado en su racismo y xenofobia resulta en una plenitud utópica que se hace posible desde la potencia de la voluntad de dominio. El respeto y la admiración hacia los Estados Unidos de Norteamérica, en cuanto nación que sabe reconocer, valorar y utilizar las aptitudes y capacidades individuales es, para Palacios, la esencia de la grandeza y potencia del país del Norte.
"Esa misma selección es la que ha creado esos genios organizadores que abarcan con su entendimiento poderoso la totalidad de una grande industria en el mundo entero... Las aptitudes superiores de mando, las dotes de organizador, los conocimientos científicos y técnicos y la extraordinaria energía física y mental que deben poseer esos hombres son asimismo imponderables" (Palacios 1918: 499).
En concreto, se trata de un mito que proporciona signos, los que se convierten en ideológicos cuando portan una condición de posibilidad. Esto se refleja en el texto de Palacios cuando critica la inmigración extranjera al sur de Chile,
"entonces la corriente de desechados por la selección del viejo mundo, de los incapaces física o intelectualmente para ganarse su vida allá... buscarán, ansiosos un lugar en la América no germana puesto que en el resto del mundo no hay lugar para ellos... ese es el ejército de inadaptados cuya invasión será fatal al país que la sufra" (Palacios 1918: 524).
"La infiltración metódica y constante de extranjeros tiene el grave inconveniente de que el mal que produce en la sociedad no se siente con la viveza proporcionada al daño. Es como cierto virus que penetra sin dolor en el organismo y sin dolor extiende su poder letal hasta la fuente misma de la vida..." (Palacios 1918: 528).
Mito e Ideología no se autosoportan sino cuando Palacios enuncia en su discurso el factor racial como una idea originaria, un punto cero de su escritura. Las razas humanas, al menos antropológicamente, no existen como Palacios las piensa; mas esto no tiene ninguna importancia, puesto que los mitos no son verdaderos o falsos sencillamente son eficientes o ineficientes. En este sentido, el mito de Palacios es verdaderamente eficiente puesto que existe en él una verdadera voluntad de verdad en toda una revelación sin la cual la alianza conservadora liberal no podría en nuestro país haber señalado algún proyecto cultural remotamente coherente.
El proceso de secularización priva a la derecha chilena de una revelación religiosa en su sentido tradicional. Palacios les aporta un archilexema con un amplio campo semántico donde el signo no tiene referente pero sí un significado concreto y, en ocasiones, atroz. La forma más sonora de este pensamiento es la chilenidad abstracta que promueve, por ejemplo, la formación de grupos fascistas como la Milicia Republicana en la primera mitad del siglo XX y lo que es más terrible, resulta un soporte local de la ideología de la muerte que constituye la doctrina de seguridad nacional en las décadas de los años 1970 y 1980 en nuestro país.
Como ocurre en la teología negativa (3), aún si el sepulcro no estuviera vacío, nuestra fe no sería menor. ¿Dónde existe esa chilenidad que Palacios apela? ¿Quién conoce a ese chileno arquetípico arauco-germánico?. Nosotros lo conocemos: está en la mente de la derecha y constituye un combustible indispensable para justificarlo todo, incluso lo injustificable.
Hay una coherencia entre los aparatos de seguridad en tiempo de la última dictadura militar que sostenían su acción en la defensa de una identidad inexistente como fenómeno químicamente puro. Se trata de un movimiento en que se pervierte el significante de un humanismo como el de Palacios y lo convierte en ideología de la muerte. Resulta una macabra ironía cómo Palacios sirve a formas de acción descabelladas; no obstante, quien crea un mito nunca puede prever los ritos que lo harán presente, vida e historia.
Nuestro padre revelador
La diversidad de temas abordados por Palacios en Raza chilena nos muestran a un pensador versátil y, por sobre todas las cosas, comprometido con un proyecto de nación. Además de realizar una genealogía de la raza chilena a través de una caracterización física, psicológica, social y moral del mestizo chileno, la pluma de Palacios no duda en limpiar la imagen del araucano y del actual sujeto síntesis de la mezcla primordial: el roto.
La versatilidad de su reflexión se refleja en el capítulo dedicado a estudios de carácter lingüístico donde describe y examina el origen latino y también gótico del castellano de su tiempo. Concluye que hay un verdadero "dialecto chileno", síntesis del lenguaje gótico de los españoles y del lenguaje araucano:
"esas mismas circunstancias explican dos de los caracteres del lenguaje chileno (...); el que subsistan en él muchas voces arcaicas (...); usamos en Chile varias palabras de origen gótico que no se hallan documentadas en los escritos castellanos de ningún tiempo por lo que pasan como inventos nuestros, como chilenismos verdaderos, siendo sin duda palabras empleadas por los godos iletrados , y que el lenguaje culto, el escrito, no había admitido" (Palacios 1918: 121).
"pero en Chile, sépalo ese diarista, el roto no conoce ni de nombre los cien vicios que corroen el alma y los huesos de algunos de sus compatriotas de las ciudades. Cuando el peón de los campos, aldeas o villas del país llega a la capital, oye allí, por primera vez en su vida, ciertas palabras que sobresaltan su alma de niño y aunque viviera cien años en esa ciudad siempre quedaría ignorando muchas de esas cosas, porque no caben en su espíritu" (Palacios 1918: 237).
Sus ideas sobre la moralidad justifican y fundamentan desde una perspectiva racista, la decadencia de las sociedades. En este sentido propone fundamentos biológicos para situar el rol de la mujer sobre valores racialmente determinados. Su propuesta de una educación apegada a los valores originales es la forma de normalización social que requiere urgentemente nuestro país, como único mecanismo que permita enderezar el camino.
Digno de destacar son las páginas dedicadas a la clasificación de las razas; la constitución biológica determina los caracteres mentales, por lo que su propuesta es la de realizar clasificaciones sobre la base de funciones cerebrales:
"La deficiencia mental de las razas matriarcales para el análisis objetivo es lo que hace incapaces para apreciar la diferencia entre los hombres..." (Palacios 1918: 443).
"La inmigración latina interrumpe entre nosotros dos de las escalas de ascenso social: la del comercio y la de las artes manuales (...) Habrá algún remedio? (...) Y aún el mal no existiría si, en lugar de justificar, de proteger, de fortalecer el instinto natural y correcto del pueblo chileno, su clase "ilustrada" y dirigente no estuviera imbuida en las doctrinas absurdas de la fraternidad universal, de la patria universal y de la mezcolanza universal de las razas para formar la civilización, y en tantas otras utopías funestas y latinas"(Palacios 1918: 449).
En Raza chilena, Palacios se constituye en el primer pensador chileno que va más allá del estudio historiográfico, construyendo un texto donde narra lo que él entiende como la esencia de la cultura nacional chilena. Su esfuerzo es maldito porque más allá del panfleto de agitación encontramos en él un texto que se vale de todas las formas de ciencia a las que tiene acceso para generar un discurso racista increíble pero coherente.
Por este motivo, frente a la pregunta por el primer antropólogo chileno, nos aparece, antes que la de José Toribio Medina, la figura de Nicolás Palacios, aunque con el gran inconveniente de su condición de pensador maldito de nuestra modernidad. Sin embargo, existe una suerte de olvido voluntario en tanto sus concepciones racistas unidas a un evolucionismo radical, lo sitúa en la delicada situación de ser un impulsor, un primer momento de nuestra antropología. A pesar de esta condición, Palacios será un autor fundamental de la antropología chilena de principios de siglo, y representante de una "época de oro", la cual entre 1920 y 1940 vio aparecer una generación de investigadores chilenos y extranjeros de resonancia internacional como Tomás Guevara o Martín Gusinde.
La resolución del conflicto suscitado por los regionalismos posteriores a los procesos independentistas, da lugar en el contexto latinoamericano a distintas formas de reivindicación de la identidad bajo la figura de indigenismos y nacionalismos los cuales, en su mayor nivel de radicalización permiten la constitución de corrientes racistas, o al menos con rasgos reivindicatorias de la identidad desde líneas biologicistas; conceptos como el de Raza chilena de Nicolás Palacios, acuñada en 1892 se convierte en una verdadera mitología secularizada, un intento de interpretar la incorporación a la modernidad desde una especificidad cultural que incluye lo indígena leído como el proceso de mestizaje potente y único que le confiere sentido auténtico y original en el proceso de conformación de la chilenidad. Ser fiel a la herencia racial en la contemporaneidad en la que escribe Palacios es optar por un desarrollo nacionalista donde se convierten en las premisas básicas de ese nacionalismo la xenofobia, el separatismo y todo elemento que impida contaminar el temple y el verdadero carácter del chileno.
Palacios puede ser sindicado como el ideólogo de un nacionalismo anclado en un racismo radical a partir del cual ofrece una construcción identitaria fundamentado en una esencia naturalizada y objetivada en una raza mestiza sin igual. Es en este sentido que es posible articular un sentido unitario de la constitución de la chilenidad, en cuanto reservorio de valores originales (fuerza, hidalguía, espíritu guerrero, astucia militar, sentido de libertad) y de elementos esenciales a partir de los cuales pensar el desarrollo de la "patria".
La apelación a lo verdadero, auténtico y original, en cuanto caracterización de identidad se convierte en el sedimento base de articulación de un discurso político de la derecha de nuestro país, a partir del cual se segrega y se estigmatiza a los sectores políticos e intelectuales que han optado por una propuesta progresista e integradora.
Palacios y los nuevos contextos
El irracionalismo romántico europeo, unido políticamente al populismo de derecha dio cabida al surgimiento del nazismo y del fascismo. Este proceso tuvo un correlato latinoamericano, cuyos referentes ideológicos iban de derecha a izquierda.
En el plano socioeconómico, la expresión más preclara es el estructuralismo económico que desde una crítica de las relaciones económicas internacionales en el contexto del capitalismo, significó un modelo de desarrollo "hacia adentro" o de sustitución de importaciones. Toda una ideología de la modernización daba cabida a un desarrollo fuertemente nacionalista, como le gustaba a Palacios. No es casualidad que sean justamente las décadas del '30 y del '40 los decenios radicales para Chile, donde esa misma clase media que promueve el desarrollo de una industria nacional sea la que origina las literaturas indianista y criollistas.
Las primeras décadas del siglo XX tienen como factores fundamentales y definitorios, la crisis del latifundio tradicional y los intentos de desarrollo, que ven como indispensables, al menos en la mente de las elites de izquierda, centro y derecha, la necesidad de generar un cambio sociocultural.
Tal como intuye Palacios, las primeras revueltas de los universitarios argentinos, las represiones al naciente movimiento obrero, el surgimiento del catolicismo social y el vuelco hacia el centro político por parte de la masonería son todos fenómenos que apuntan a la intención del proletariado naciente y de las clases medias por lograr el cambio social. El modelo esta muy a la vista, los países desarrollados están en el norte de aquello que Franz Hinkelammert denominó como "ideologías del desarrollo" (Hinkelammert 1970) los que abogan siempre por la modificación de la estructura de la sociedad.
No obstante, ¿cómo se ve esto unido con la reivindicación de la especificidad histórica y de las identidades étnicas y culturales? Ambos cometidos se funden en un intento de matriz ilustrada de generar cambio cultural al alero del cambio socioeconómico. Es así como las elites políticas y culturales coinciden desde la década del 1930 en su intención de reconocer los rasgos de la identidad cultural latinoamericana, para luego discernir aquellos rasgos que determinarán que el desarrollo sea o no alcanzado. En este sentido, estamos frente a un intento ilustrado que ideológicamente se define desde el concepto de desarrollo y económicamente se conforma desde un modelo de industrialización fuerte y protegido. Este proceso tiene quizás su expresión más radical en la masificación de la educación, la que aumenta extraordinariamente en su alcance en los niveles básico, medio y universitario en la primera mitad del siglo XX. No obstante, esa misma masificación del sistema educacional que en la década de los '60s. se radicaliza aún más, va a dejar al desnudo la paradoja de que el aumento de la escolaridad no se corresponde con los puestos de trabajo disponible para estos escolarizados. Esta contradicción resulta un fuerte revés para las pretensiones hegemónicas de los estratos medios, ya que la educación deja de ser un mecanismo seguro de ascenso social e incluso no asegura la reproducción de los segmentos de clase.
Un factor decisivo de la conformación de una conciencia latinoamericana tanto en centro como en Suramérica, es desde finales del siglo XIX, el pensamiento de intelectuales innovadores y críticos como Darío, Rodó y Martí, quienes desarrollan sendos manifiestos respecto de la influencia nociva de la sociedad de masas norteamericana sobre las formas mestizas latinoamericanas, correspondiéndose además este cuestionamiento cultural con la denuncia de las relaciones de dependencia económica. El camino de esta forma de crítica social ha sido complejo pasando de principios de siglo, de una reivindicación del hispanismo, a la crítica política del imperialismo definida tanto por los movimientos corportativistas, como el peronismo, hasta el cuestionamiento ideológico de la izquierda marxista.
Este contexto de búsqueda de lo latinoamericano y particularmente de lo chileno, junto a la lucha contra las diversas formas de imperialismo, fue un terreno propicio para la obra de Palacios, particularmente en nuestra derecha conservadora.
La inquietante y perenne presencia de Palacios
La derecha chilena pos-dictadura, articuladora del proyecto neoliberal, requiere de una formulación identitaria como telón de fondo de la especificidad y proyecto histórico. En cuanto sujeto social, el empresario se podría reconocer como la síntesis contemporánea que refleja de manera fiel y original la herencia racial. Este actor social con peso específico en la política nacional, es interpretado como el paradigma de la individualidad contemporánea, heredero de la fuerza y del heroísmo característico del mestizo original, con la característica de poseer la capacidad de sobreponerse a las adversidades, de levantarse después de las derrotas, de constituirse en el pater posmoderno alrededor del cual se articulan las formas de producción. En definitiva es el hombre emprendedor con su reservorio de valores patrios, el actor fundamental de la nueva sociedad chilena.
Decíamos que Nicolás Palacios no es un historiador sino que es más bien un profeta, la voz que canta el real y verdadero sentido histórico de la nación chilena, sentido que se mueve en un ámbito escatológico; anuncia un espacio de sentido histórico en que lo importante no son los hechos que se relatan sino la significación en torno a valores que trascienden la contingencia historiográfica para convertirse en el vehículo del sentido profundo de "lo chileno". Estas expresiones contenidas en Raza chilena, entre las que destacan -como ya se dijo- el carácter chileno, sus disposiciones psicológicas, las capacidades originales, las formas de organización ancestral en cuanto falacias de corte racista revestidas de legitimidad científica ya sea por su lenguaje o por los métodos, pueden ser reconocidas como las formas contemporáneas, desde los estudios culturales en que se practica un historicismo que puede llegar a ser tan peligroso y xenofóbico como el universalismo más radical.
Notas
1. Agradezco el aporte a este artículo de la académica Patricia González San Martín.
2. Es decir, un sistema de valores.
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Resumen
1 Comments:
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