Sunday, August 07, 2005

Prólogo del poeta Raúl Zurita al libro «El espejo rápido» de M. Alvarado Borgoño

El canto de los cielos, la marcha de los pueblos. ¡Esclavos, no maldigamos a la vida!

Arthur Rimbaud

Probablemente no existe otra metáfora que el lenguaje. Un decir con palabras de este mundo, como quería Alejandra Pizarnick, que partió de mí un barco llevándome. El breve poema de esta argentina suicida es magistral y describe una atmósfera, un rictus de este libro: es el hondor a que todo lenguaje apela y que todo lenguaje niega. El leer desde el ámbito de esa mudez que no da ningún sentido, que es ciega a cualquier cosmos, nos da cuenta de un terreno que nunca puede ser fijado, mi experiencia se encuentra con la tuya, estoy condenado, aunque te ame, a describirte, porque tú eres siempre un llamado a esa descripción, a ese abandono total que es la forma inversa y vacía del abrazo. Es como si este libro hubiese rondado siempre en ese silencio, en esa antropofagia de lo no vidente. El Espejo Rápido. Las palabras intercambian sus valencias, sus significados, sus erotismos. Miguel Alvarado Borgoño en este libro nos entrega uno de los pocos momentos de lucidez con que podemos hoy encontrarnos. Es una lucidez de la inversión. Incluso la Epístola de la Diseminación, en el final de esta obra, es su comienzo, es la angustia que lo impregna todo, cómo te toco, cómo te palpo, cómo me expulso de mi infeliz mente, dime tú cómo hacerlo, ocupa mi lugar y habla tú como si no fuese yo el que se habla a sí mismo.

Mi invitación a la lectura de este libro esencial es, entonces, también desde la angustia. La inteligencia que aquí se está desplegando es una inteligencia al borde, que se traiciona a sí misma para mostrarnos su revés, un nudo ciego que lo enmaraña todo y donde la lucidez (y este libro es una lección esplendorosa de la lucidez) se nos muestra sólo como el último aliento de una suerte de desesperación. Es una escritura sobre la escritura misma, empeñada en narrar la narración sobre la alteridad. Se hablará entonces, como si no fuese el autor el que les crea en este mismo instante un discurso a los discursos, el que les da un tú.

No puedo, entonces, sino ver en este libro la metáfora y abrirme, desde una visión nueva, a las señas de una identidad que permanentemente se erosiona, se pulveriza, se vuelve sentido, se transforma en cultura y que más que nada es una manera de leer, es decir, que es en sí mismo una sustancial alteridad. Porque en esta propuesta de vislumbre, en esta pesquisa apasionante la tensión y desgarramiento que está ya dada por el título del libro, que cruza cada párrafo, cada palabra, cada referencia que se nos despliega. Nos encontramos ya en la introducción con un acto experimental, una suerte de “cuento” donde lo ficcional se tiñe de lo etnográfico y viceversa.

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Así el sincretismo y la narración de esta, a lo cual permanentemente está aludiendo Miguel Alvarado, su “latinoamericanidad”, radica también en que referirse a ello no puede ser sino un modo de discurso sincrético que apela a los conceptos, a las definiciones de cultura, a la noción de paradigma, a la teoría antropológica, para decirnos que eso otro, que ese otro, que está allí es el final o el comienzo de mi propio aliento y de algo que es fundamentalmente dramático, ese otro es siempre algo que se pierde, decir tú, es siempre decir algo que se pierde. De allí; creo, la fascinación de Alvarado por la escritura antropológica. En este libro se nos muestra esa pérdida irremediable y a la vez consoladora: te pierdo porque te hablo, porque puedo hablarte.

Es una suerte de condena, radiante y terrible, y el sincretismo es desde una perspectiva poética eso. Es como si ya al final Miguel Alvarado nos quisiera decir que existirán los escenarios que este libro indaga sólo en el silencio, en la mudez fatal que finalmente implica nombrar. Que nombrar es ya una metáfora. Como decía, en el final ese testimonio se torna impresionante porque lo abarca todo: la historia de la antropología, los conceptos claves de la disciplina, el problema epistemológico de la narración, la posibilidad de constituir una antropología literaria en nuestro medio y sus dificultades. En todo ello se evidencia un su deseo de ser solo un vacío, algo donde pueda entrar el cuerpo del otro, su concretud.

Así su discurso sobre la construcción del otro en el siglo XIX latinoamericano, la experimentación textual en ciencias humanas y los desarrollos de la literatura hispanoamericana respecto de la alteridad, no pueden dejar de contextualizarse dentro de la trama que abrió la antropología experimental latinoamericana surgida en la década de los sesenta y radicalizada en las dictaduras de los setenta, que en esta lectura invertida es la que abre el libro cerrándolo. Vamos así desde la narración del sufrimiento con lo cual se encara al sufrimiento colectivo en la noción herida de comunidad, hasta la posibilidad de un amor o de un abrazo que surge sólo desde el momento en que nos damos cuenta que el otro es mi espejeante modo de entenderme con el mundo. Lo estudiado nos estudia, nos relata, y al intentar describirlo nos damos cuenta de que hemos sido descritos. La comunidad, el grupo, sostiene una dicotomía agónica cuyo único reflejo es dar cuenta hablando de la imposibilidad de hablar. Que una categoría como el otro, o el tú, solo existe porque es una medida de nuestra pérdida. Pero desde esa pérdida se yergue siempre una comunidad y un compromiso. Entiendo que ese es el apelativo ético que este libro plantea.

La apelación ética que a nosotros nos plantea. Una sociedad, un mundo, es sobre todo esa sumatoria de silencios que se cruzan entre ellos, que de tanto en tanto se guiñan, se topan, y a una forma particular de es silencio, a un modo de entenderse entre ellos los hemos denominado lo latinoamericano. Esa es posiblemente nuestra peculiar forma de transformarnos, de creer, de salvar en parte la maldición de la distancia. Esa articulación de faltas, de incapacidades, de yerros, ha encontrado hoy, donde como se señala al comienzo, no se encuentra “un substituto para palabras duras como imperialismo o colonialismo” en las mismas palabras viejas, significados impensables, sorpresas aún aterradoras, manías cruentas e impredecibles, que nos es preciso exorcisar a través de un rito que tal vez también está a punto de expirar: el rito de la escritura. El joven Rimbaud, desde la crítica radical a toda construcción humana, oyó el canto de los cielos y al oírlo descubrió una esclavitud a la que él, el vidente, también pertenecía. Al describir un pensamiento, una perspectiva particular desde la nueva antropología, Miguel Alvarado nos muestra sin decirlo esa visión al mismo tiempo que nos da una sincronía impensada con el mundo, con ese otro que desde siempre somos todos. El quiebre es permanente, la fisura es irreparable, todo nos separa del otro, y sin embargo, desde esa fisura, desde ese quiebre, desde esa separación insalvable, es desde donde debemos levantar una ética del perdón, del sacrificio, de la solidaridad.

Raúl Zurita

Abril de 2005

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