Friday, August 19, 2005

METÁFORA, EXPERIMENTO Y PRECARIEDAD

METÁFORA, EXPERIMENTO Y PRECARIEDAD:

Notas Sobre Raúl Zurita desde Valparaíso


Miguel Alvarado Borgoño

Universidad de Playa Ancha. CHILE.



Resumen

En este artículo se reflexiona desde una perspectiva tanto poética como antropológica cultural sobre la obra del poeta chileno Raúl Zurita, ello desde el aporte del pensamiento del filósofo Paul Ricoeur.

Abstract

In this article it is reflected from as anthropological as muchcultural a poetic perspective, on the work of the Chilean poet Raúl Zurita, it from the contribution of the thought of the philosopher Paul Ricoeur.

INTRODUCCIÓN

Durante los últimos treinta años de la historia de Chile hemos pasado de la revuelta crítica a la revuelta conservadora; la zona común en el plano cultural de estas décadas ha sido la búsqueda del lenguaje para la incertidumbre en el que la pena y el miedo, a decir de nuestro poeta Raúl Zurita, han sido las marcas cardinales. La escritura, surgida de esto, es la de la precariedad, no en el sentido de escritura precaria, sino de una forma de expresión surgida desde la precariedad de la existencia. Precaria frente a la sorpresa del dolor y del miedo, experiencias comunes a muchos de nosotros, en las cual nuevas formas de escritura se han desarrollado, generándose formas textuales no solamente originales en la especificidad de sus géneros, sino de cruce, trastocadas en el imperativo de mostrar nuestra vida, para lo cual las formas discursivas se han subvertido, como si los signos gritaran a la manera de las piedras bíblicas.

La precariedad es, para nosotros, la imposibilidad de explicarse los acontecimientos, horror y sorpresa, junto a la búsqueda del modo en que la escritura subsista aunque no tenga un espacio, aunque no sea vista como necesaria. Los espacios sociales, cerrados y reabiertos, son el nicho para la aparición de formas nuevas, para las cuales aún no existen categorías interpretativas del todo depuradas, formas que operan a la manera de raptos a la razón, para devolver la forma expresiva ya convertida en otra cosa.

Alguna relación debe existir entre la marginalidad de los grupos de acción de arte como el CADA[1] en su momento; la marginación objetiva de la poesía de autores como Rodrigo Lira, Raúl Zurita o Juan Luis Martínez, en su contexto de aparición en el período de dictadura, junto al surgimiento de corrientes como la antropología poética, el nuevo periodismo o la poesía etnocultural. Nada de esto es necesario, no hay un lugar social para el experimento poético ni para el experimento cultural crítico en marcha en dictadura, sólo la imposibilidad de comunicar que se convierte en precariedad, en pena y miedo.

Nada hace prever la aparición del experimento textual, por lo menos cuando no creemos en las tesis homológicas que suponen que, frente a la opresión concreta, surgirá una textualidad de denuncia concreta, combativa, pero no es eso lo que aparece y sobrevive, sino el experimento, que denuncia pero desde la precariedad, es decir desde el intento desesperado de narrar lo in-narrable. Es la renuncia a creer que la historia tenga un sentido único, simultánea a búsquedas expresivas.


LA SUPREMACÍA DE LA METÁFORA (Para leer a Zurita)


Ricoeur (1984) habla de la “metáfora viva” como el camino para remediar las precariedades del discurso científico. El experimento textual que utiliza las formas metafóricas, según él, rompe con los límites genéricos y se trasforma en un nicho de transgresiones, donde, desde la precariedad al experimento, surgen las nuevas formas expresivas.

Del aporte de este libro magistral de Paul Ricoeur, titulado justamente así: La Metáfora Viva (1984), podemos extraer para estas líneas aquella dimensión que radicaliza la “utilidad de la metáfora”, de este modo su propuesta puede contribuir a entender este proceso de superación de la precariedad desde la innovación textual. Ello involucra el asumir la invitación subyacente en la hermenéutica, y especialmente en Ricoeur, a generar un discurso centrado en un tipo de elaboración metafórica que sea, por una parte, consciente de la dimensión estética del enunciado, como auténtica en su representación del mundo, con lo cual supere la mera intención moderna de generar taxonomías científicas.

Sin embargo, detrás de este intento, que podría ser definido apresuradamente como metodológico, existe una intención más profunda. Para explicar esto se remonta Ricoeur a la relación que Heidegger (1959) identifica entre pensamiento y poesía. Este parentesco no es identidad, sino que por el contrario resulta de una relación tensional, esta tensión es la que nos entrega como resultado la verdad, la cual se genera en tanto:

La poesía articula y preserva, en unión con otros modos de discurso, la experiencia de la pertenencia que incluye al hombre en el discurso y al discurso en el ser (Ricoeur: 1984, 424)

Por ello, la verdad identificada con la autenticidad, en el sentido heideggereano, sólo puede ser conseguida desde el lenguaje poético en el cual la metáfora representa un epicentro. Justamente en la palabra poética se da, según el concepto tomado de Jakobson (1993), una referencia desdoblada; la metáfora como ámbito de la poética se refiere a la conexión entre Mythos y Mimesis. Un curioso pacto, según Ricoeur, entre estética e ideología que, en las teatralidades de los últimos años de nuestro país, parece reafirmarse.

De este modo, Ricoeur aporta su argumento referido a la dicotomía entre la metáfora viva, la que surge de la comprensión hermenéutica del texto, y la metáfora muerta, la que emerge, por ejemplo, de los intentos de la ciencia por generar taxonomías rigurosas. De manera tal que, como oposición a esta pretensión empirista moderna de vincular unidireccionalmente lenguaje, pensamiento y realidad, se puede generar un discurso enraizado en la autenticidad de la metáfora viva que penetre el lenguaje científico y lo refigure. El antropólogo y pensador Clifford Geertz (1987, 1992) habla justamente de la refiguración del pensamiento social como base de una propuesta interpretativa para las ciencias humanas contemporáneas.

En la relación entre arte y vida, en el desborde del texto en el poeta Raúl Zurita, vemos este proceso, tanto de superación de la pretensión empirista como de refiguración del pensamiento de lo social y en torno a lo social, lo cual inevitablemente se constituye en “otro” pensamiento.


ZURITA : Expresiones de la metáfora hecha vida


Como escribió el antropólogo poeta chileno Juan Carlos Olivares (1995), el fuego es el antepasado de las aguas del mundo. Desde ahí, en una perspectiva absolutamente situada en nuestra territorialidad, leemos y escuchamos a Raúl Zurita, porque Zurita es parte de la escritura que conforma Valparaíso, como la Sebastiana o la roca mitológica llamada la Piedra Feliz, nada más y nada menos, por disminuida que ésta última se encuentre a fuerza de dinamita. Sin embargo, el socavar la roca no ha evitado los suicidios en Valparaíso, aunque la inmolación ritual y amorosa, que consiste en lanzarse desde una roca, ha sido reemplazada en el Puerto por el fragmento más anónimo, la corta muerte diaria de la que hablaba Neruda.


Desde el campo literario y desde el antropológico, nos parece que la obra de Zurita presenta, un común denominador. Éste es simple y filudo, cortante y peligroso, como el indispensable cuchillo cocinero de la abuela; digamos, pues, en su cobertura externa desde libros, por mencionar algunos, como Purgatorio (1979), Anteparaíso (1982, 1989), El paraíso está vacío (1984), El amor de Chile (1987) o La vida nueva (1995), y especialmente en un libro que admiramos solitariamente El día más blanco (1999), es donde opera siempre la esperanza, la esperanza de la alegría futura, la certidumbre ingenua, casi mecánica respecto de la posibilidad concreta de un mundo en el cual seremos más felices.

Pero, esa experiencia es creída por nosotros porque existe la certidumbre absoluta de la existencia del dolor, la certeza molesta, aún más, la certeza angustiante, de que el sufrimiento es - y la poesía recordó en la metáfora lo mismo que la antropología supo en el análisis del rito - que todo dolor humano es - en última instancia - dolor colectivo, que el dolor propio es solamente representación individual del campo inasible pero verdadero en que la experiencia humana se hace colectiva y dolorosa, lo que el sociólogo de principios de siglo, Emilio Durkheim (1968, 1985), llamó anomia y que, en estas páginas, designamos en un sentido más interdisciplinario como precariedad.

El 18 de marzo de 1980, el que escribió...


... este libro atentó contra sus ojos, para

cegarse, arrojándose amoníaco puro sobre

ellos. Resultó con quemaduras en los

párpados, parte del rostro y sólo lesiones

menores en las córneas: nada más me dijo

entonces, llorando, que el comienzo del

Paraíso ya no iría.

Yo también lloré junto a él, pero qué

importa ahora, si ése es el mismo que ha

podido pensar toda esta maravilla.

(Purgatorio: 1979,12)


¿De qué dolor hablamos? De todos los que Zurita cuenta que, como macroestructuras semánticas, rondan cada párrafo que se entrega y nos entrega. Enumerar no es difícil: la muerte, la desaparición la locura, la marginación, la enfermedad, la tortura, como la enumeración del epigrama interminable del cielo de Nueva York:

Mi Dios es hambre

Mi Dios es cáncer

Mi Dios es vacío

MI Dios es ghetto

Mi Dios es nieve

Mi Dios es hombre

MI Dios es dolor

Mi Dios es... mi amor de Dios....

(Anteparaíso: 1989, 9)


Foucault decía que había que escribir para no tener rostro, y en estas costas sudamericanas se pierde el nombre y el rostro antes de tener escritura; la muerte del hombre epistemológico se sincroniza macabramente con la muerte de hombres y mujeres concretos. Por eso, necesitamos la certeza del sufrimiento que Zurita expresa y supera. Por esta necesidad obsesiva de alteridad, situamos a Zurita como a un otro, como a un chamán perdido en la inmensa soledad del mundo, desolado en las Patagonias de nuestros Sueños.


Este autor y su obra representan, así, la persistencia del sufrimiento. La experiencia, nuestra experiencia de persistencia es también la posibilidad de que todo ese dolor tenga un sentido. En el rito de la palabra, Zurita trae remedio y consuelo.


A principios del siglo XX, otro hombre que vive el dolor colectivo en su alma y lo experimenta en su cuerpo; el etnólogo y poeta surrealista Michael Leiris (1981) se hace viajero, y se interna en el centro del África Negra, proceso que lo salva de la locura y el suicido, y de otras formas de muerte más terribles.

Al parecer también Zurita vive su propio viaje al África Negra, aunque la negritud a la que nos referimos no es la de Aime Cesaire (1969), sino la simple negritud de la muerte (una alegoría que no es piel sino desconsuelo), la que le pisa los talones.

Hay un solo valor universal; hay un solo hecho que se repite transculturalmente, esto es el sacrificio. Lo que para otro poeta etnólogo, George Bataille (1975, 1978) es la consumición, el exceso de energía desbordado en la tierra y canalizado en el dolor infringido y experimentado, la canalización de los dolores colectivos, hecho proceso histórico. Sacrificio, muerte y erotismo, son la única manera que Bataille encuentra para conducirnos a los solares iluminados por la luz negra de la continuidad cósmica de lo sagrado. Para Bataille el lecho y la daga del sacrificio se funden en el ciclo ilimitado del deseo. Movimiento social y su opositor binario, la dictadura, se resumen, en definitiva, en el cordero pascual, el cual permite a su vez la hierofanía, el punto donde lo sagrado se une a lo profano, enlazándose substancialmente. A aquel cordero pascual, que puede ser asumido como víctima del dolor colectivo en nuestra cultura, le hemos dado nombres diversos; para Ronald Laing (1972), creador de la corriente antipsiquiátrica, es el enfermo mental; para Michel Foucault (1985, 1993), es el marginado, o como le gustada decir el infame. Se trata de ese personaje, según Bataille, que - como Zurita - se eleva a la cúspide de la pirámide, y cuyo corazón latiendo es inmolado, desdibujándose el límite de los símbolos entre quien entierra la daga de pedernal en la Guerra Florida y quien lleva el mensaje a los dioses muriendo. El mensajero cumple el negocio binario, el don y el contra don y así da esperanza...


Como en un sueño, cuando todo estaba perdido

Zurita me dijo que iba a amainar porque en lo más profundo de la noche había

visto una estrella

(Anteparaíso: 1989, 13)


Por muchas razones, Zurita se inmola pero su corazón vuelve a tu tórax, intacto, lo que nos demuestra que otra vida es posible. Ronald Laing el antisiquiatra inglés termina sus días en un viaje interminable, cierto de no querer regresar; su viaje concluye con un diagnóstico de psicosis como el de un libro de Zurita (psicosis epiléptica, concretamente). Laing quiso experimentar la locura luego de demostrar que el diagnóstico en sí mismo, como rótulo, es pura retórica e ignorancia. También hace su texto vida y como Hölderling (Heidegger, 1959) demuestra que la locura en el texto poético no existe (metáfora muerta para Ricoeur).

El poeta Raúl Zurita nos hace más felices, y así su sacrificio tiene sentido y nos permite saber que esa vida nueva no estará nunca realmente lejos de nuestras propias palabras.


Notas:

[1] CADA es un grupo de arte experimental surgido en Chile en la década de los 80, que realizaba "acciones de arte" con una intención de innovación estética, como también como manera de oponerse a la Dictadura que existía en Chile en esos momentos.

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Zurita, Raúl. 1999. El día más blanco. Editorial Aguilar: Santiago de Chile.

Miguel Alvarado Borgoño nacio en Chile en 1968. Antropólogo, Sociólogo y doctor en Ciencias Humanas. Académico de la Universidad de Playa Ancha. Actualmente postulado por la Universidad de Goettingen al premio Humboldt.

E-mail: alvarado@upa.cl

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